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El gol de Götze coronó en Brasil 2014 la transformación del fútbol alemán. foto AP

El día que todo cambió

Hace tres años Alemania ganaba su cuarta Copa del Mundo, mostrando su nuevo y atractivo fútbol. Pero, aunque se coronó en Brasil, esta revolución empezó en Italia hace 13 años. Y nadie sabe cuándo ni dónde acabará.

Publicado: 2017-07-13

El fin del fútbol alemán empezó en Italia. Fue hace ya trece años, un 29 de julio de 2004, cuando Jürgen Klinsmann y Joachim Löw se reunieron en la ciudad de Como para intercambiar las primeras ideas de lo que sería la revolución del fútbol teutón. Klinsmann llevaba tres días como entrenador de la Mannschaft. El fracaso en la Eurocopa 2004 había originado la salida del entonces técnico, Rudi Völler, con quien Alemania fue finalista en Corea y Japón 2002. Se venía el Mundial 2006 en casa. Había que correr. 

“Queremos ser campeones del mundo”, le dijo Klinsmann en esa reunión a Löw, discreto exfutbolista que, luego de dirigir en Suiza y Austria, tuvo que revalidar su título de técnico después de descender a tercera división del fútbol alemán con el Karlsruhe. Fue en la escuela para entrenadores de Hennef que ambos se habían conocido. Durante esos años Klinsmann quedó tan impresionado con el didáctico estilo de ‘Jogi’, que, una vez al frente de la selección, no dudó en llamarlo para ser su asistente. Con una advertencia: “No soy el jefe”. Löw, que venía de ser despedido del Austria Viena pese a ser líder del torneo, aceptó encantado.

Nada volvería a ser igual después de esa charla. Alemania, ese inexpresivo gigante que, avasallando rivales a viva fuerza, había construido durante décadas su temible leyenda ganadora, tenía los días contados.

Convencidos de la necesidad de aire fresco, los padres de la criatura empezaron la complicada misión de oxigenar un fútbol que, siendo tres veces campeón del mundo, no parecía requerir de la cirugía mayor que estaban a punto de practicarle. Pero lo hicieron. Adiós a la fuerza, a los centros y al cabezazo. La nueva fórmula: pelota al piso, movilidad constante, toque y desmarque, y todos los pases que se puedan; no sobra ninguno.

Fue así, con esa prolija y veloz circulación del balón, que la vital y atractiva Alemania coronaría su transformación en el mundial de Brasil. Empezó brillando. A la vistosa y casi académica distribución de pelotas del mediocampo teutón con Kroos, Khedira y Lahm, se sumaba la tenaz y criteriosa movilidad de ese tiburón blanco llamado Müller. Demasiado para un tibio Portugal y suficiente para superar a las aguerridas Ghana y Estados Unidos en fase de grupos. Ya en octavos de final, Argelia exigiría tanto a Hummels y Boateng que tuvo que surgir Neuer, ese líbero con guantes, para romper el sueño africano y dejar a su selección con vida. Y a nosotros con historia que contar.

Piedras en el camino  

Como en tantas novelas y películas con final feliz, esta historia pudo haberse terminado antes. Suele suceder y tiene su encanto.

Fue el Mundial 2006 la prueba de fuego para Klinsmann y Löw. El seductor fútbol mostrado por Alemania en esa Copa del Mundo no pasó desapercibido. El temible ogro ya generaba simpatías en el mundo futbolero. Y en casa, ilusión. Más que por el tercer puesto conseguido –Alemania venía de ser subcampeona con Völler–, el entusiasmo en las calles era el consentimiento tácito a esa inédita y alegre propuesta de toque y posesión. “Sí, acepto”, se entregaban los duros teutones. Una fresca brisa oxigenaba tierras germanas.

Joachim Löw y Jürgen Klinsmann, los padres de la criatura. foto GETTY IMAGES

Pero en todo cuento siempre hay un malo, que sin ellos no hay gracia. Pesos pesados como Günter Netzer, Lothar Matthäus y Stefan Effenberg, además del influyente diario Bild, se opusieron a las nuevas maneras de su selección. Klinsmann, además, había ‘chocado’ con el poderoso Bayern Múnich, al quitarles capitanía y protagonismo a Oliver Khan y Michael Ballack, emblemas del poderoso club bávaro, y despedir del cargo de preparador de arqueros al mítico Sepp Maier. La vieja guardia clamaba venganza.

Klinsmann renunciaría finalizado el Mundial, pero, a su sugerencia, y lejos de ceder al lobby muniqués, la Federación Alemana de Fútbol (DFB) nombraría a Löw como su sucesor dando pie a los rumores que siempre situaron a ‘Klinsi’ como el carismático motivador y a ‘Jogi’ como el verdadero estratega. Más allá de las formas, Alemania respiraba: el estilo seguía vivo.

No obstante, algún riesgo volvió a correr el proyecto después de que la Mannschaft se quedase a las puertas de otro gran título. Luego de caer en la final de la Eurocopa 2008 y en semifinales del Mundial 2010 ante España, la crítica, aunque menor, se dejó escuchar, pidiendo menos lírica y más copas. La eliminación en esa misma instancia ante Italia en la Euro 2012 volvía a castigar a los alemanes, cuya historia empezaba a parecerse al cuento de Holanda, a la que el fútbol, por bien que lo trate, le da siempre la espalda. Alemania necesitaba ganar algo. Y pronto.

Haciendo historia

Después de rozar el precipicio en ese dramático partido ante Argelia, en cuartos de final Alemania priorizó el overol ante Francia, y, en un partido trabado y deslucido –el espectáculo podía esperar–, se llevaría un triunfo que castigaba en exceso a los galos, pero premiaba la versatilidad del ex asistente de Klinsmann. Lo que vino después fue inolvidable.

7-1. FOTO EFE

El 7-1 con que los chicos de Löw arrollaron a los militarizados soldados de Scolari ocupa ya un lugar en los libros de historia de este deporte. Lo de Belo Horizonte –el Mineirazo, para entendernos– fue una cátedra de fútbol. "Así jugaba Brasil", habrán dicho algunos. Quizá con razón. Ese hito histórico perseguirá por siempre a unos y otros. A Brasil le deja una cicatriz imborrable. A Alemania, la valla muy alta: exhibiciones así, solo una vez en la vida.

Con ese 7-1 moría el Maracanazo, el estilo Scolari, y también los Panzers. No más Rummenigge, Fisher o Völler. Llegaba la hora de los Özil, Kroos y Müller. Mención aparte para un futbolista vital en esta revolución: Bastian Schweinsteiger, quizá el eslabón que unió la vieja y la nueva Alemania. Armonizó tenacidad y talento. Y, como buen alemán, hizo lo que el deber le manda.  

Había nacido una nueva Alemania. Solo quedaba un paso para coronar un reinado que ya era tan evidente como impostergable. Al frente estaban Argentina y Messi, pero ya nada podía detener la galopante carrera a la gloria de esta brillante generación. Aunque, como en todo el cuento, también hubo amenazas de triste final. Higuaín, Messi y Palacio pudieron torcer la historia, pero fallaron. Götze no. Esta vez el fútbol, azaroso como es, recompensaba el ambicioso proyecto germano.

“Este trabajó comenzó hace diez años”, reconoció Joachim Löw tras la batalla final del Maracaná, recordando aquella charla que terminaría para siempre con el fútbol alemán que hasta ese momento conocíamos. Esa revolucionaria idea, que encontró terreno fértil en el colosal programa de formación de futbolistas menores que la DFB había empezado a implementar en 2001, merecía premio.

Triunfa la revolución

Por eso, cuando el zurdazo de Götze sacudió las redes de Romero, todos supimos que no había marcha atrás. Faltaban aún siete minutos, pero la misión que Argentina tenía por delante era mucho más complicada que solo remontar un gol. Tenía que demoler un castillo meticulosamente construido durante diez años, debía doblegar la tenaz mentalidad de once alemanes, hacerles creer que tampoco sería esta vez; nadar contracorriente, forzar al mundo a girar en sentido contrario, quitarle novia y botín al bueno... Hacer de malo.

No pudo. El final feliz de este cuento ya lo conocemos. El largo y paciente proceso culminaría de la única manera que podía terminar: con Alemania campeón mundial. Ya no hay más voces críticas. Desde aquella tarde del 13 de julio de 2004 en el Maranacá todos empezarían a rendirse ante esta Mannschaft 2.0.

Alemania cambió PARA sEGUIR ganando. Aquí celebrando la última Copa Confederaciones. FOTO EFE

La revolución iniciada en Italia hace 13 años ha triunfado. La vieja y temible Alemania que ganaba por demolición ha dado paso a esta nueva y encantadora Alemania que sigue ganando, pero por seducción. Juegue quien juegue.

Así lo demuestra la fresca y atractiva generación que acaba de ganar la Copa Confederaciones. Selección que, ante Chile en la final, mostró su lado camaleónico y, de paso, el incombustible gen competitivo del futbolista alemán. Virtud que también exhibe la selección que ganó el Sub-21 europeo. Futbolistas como Draxler, Kimmich, Ginter, Goretzka, Rudy, Werner, Meyer o Arnold, crecieron con ese chip de la nueva escuela del fútbol alemán: pase y movilidad. Y ya piden espacio.

Los nombres van cambiando, pero el estilo se mantiene. Y aunque no ganó la Euro de Francia, hay olor a dinastía. A menos de un año para Rusia 2018 la sensación es casi universal: queda todavía mucha Alemania. Porque, aunque lo parezca, en Brasil no se cerró el círculo. Se ha iniciado otro.


Escrito por

José Rubén Yerén

Comunicador, cinéfilo, viajero comodón y defensor del fútbol de ataque.


Publicado en

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