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entrenar a messi, quizá la mayor motivación de sampaoli para tomar la selección ARGENTINA. foto afp

El que no corre... vuela

A propósito de la llegada de Jorge Sampaoli a la selección argentina, una reflexión sobre el fútbol moderno y sus prisas.

Por: José Rubén Yerén

 Twitter: @jryeren

Publicado: 2017-06-02

Soy muy de Sampaoli, que conste. Por cómo construyó el nombre que hoy tiene, pero, fundamentalmente, por cómo siente y expresa el fútbol. Generoso con el espectáculo, es de esos técnicos cuyos equipos, reconocibles casi de inmediato, despiertan emoción y admiración. De hecho, creo que hoy es el mejor entrenador posible para Argentina.  

De lo que no soy partidario es de este fútbol de urgencias, de identidad mutante, de transferencias millonarias donde se mueve más dinero que talento, donde se rompen contratos y cortan procesos, y en el que se cambia y cambia el cómo hasta encontrar el qué. Las formas importan. Y creo que la manera en que llega el ex técnico del Sevilla no ha sido la adecuada.

Salir alborotado detrás del sueño grande, dejando la puerta abierta -y detrás un proyecto a medias-, creo que solo alimenta ese fútbol instantáneo que sabe mucho de prisas y poco de disfrute. Claro, hay que ponerse en sus zapatos. Es entendible lo de “cumplir el sueño”. Es su país. ¡Es entrenar a Messi! Es acudir al llamado del corazón.

Pero siento que pudo esperar. Por respeto a la palabra empeñada, por la que fue su gente allá en Sevilla, pero principalmente por él. Por su imagen. Y porque merece un proyecto suyo de verdad. Sí, quizá sea demasiado romanticismo y no haya más opción que habituarse a estos daños colaterales en nombre del profesionalismo.

Siento también que es la afinidad a su estilo de juego la que termina justificando formas que en otros serían imperdonables. “Como es de los míos se lo paso”. Entendible. Como lo es también el temor a ser impopular. En su momento, criticar a Bauza estuvo muy de moda. Justificado, claro. Más que ganar se le exigía jugar. A fin de cuentas, lo más importante sigue siendo eso: el juego. 

Y en eso, pocos entrenadores como Sampaoli para devolverle a Argentina un poco de lo que ha perdido: pelota, protagonismo e identidad. Fútbol sin atajos. Creo que, resultados al margen, la suya será una Argentina mandona, atractiva y muy disfrutable. Quizá hasta gane el mundial.

Quién sabe y al final el fútbol se trate de eso. Cumplir sueños sin reparar en falsos moralismos. Una carrera de 100 metros planos y no la maratón que permite ojear a ratos el paisaje. Habrá que cambiar el largavistas por el cronómetro. Y dejarse de estas cosas románticas, caray. El fútbol es otro, ni mejor ni peor. Solo diferente. Hoy se juega (y se vive) a prisa. Y se disfruta poco.

totti, símbolo de un fútbol que se nos va. foto afp

Ni modo. Habrá que acostumbrarse a este fútbol donde escasean los Tottis y sobran los futbolistas intercambiables. Donde las Champions y balones de oro que almacenas importan más que las sensaciones que dejas en el espectador. Fútbol moderno, pues.  

Dele, Don Sampa. Dele, demuestre y déjenos a nosotros los románticos con nuestras cosas. Imposible juzgarlo. Los arrebatos del corazón son así. Escaparse con la novia o pedir su mano cambia poco. Y sigue siendo amor. Solo que mientras muchos gozan de Rápidos y furiosos, otros aún soñamos con Casablanca.


Escrito por

José Rubén Yerén

Comunicador, cinéfilo, viajero comodón y defensor del fútbol de ataque.


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Para qué se juega al fútbol

Porque el fútbol es un juego con el que se puede ganar dinero. Pero para ganar dinero tiene que ser juego. Si no se disfruta no es juego.